Como seres humanos tenemos la capacidad de decisión, de hecho, dedicamos nuestra vida a tomar decisiones, desde las más básicas hasta las más complejas, de corta o larga duración, de impacto a largo o corto plazo. Cada mañana nos despertamos y con el simple hecho de abrir los ojos, empieza nuestro proceso de decisiones en el día. Si te levantas o no, si empiezas con tus actividades, la manera en que realizas estas actividades, etc. Todo es una decisión.

Dentro de este proceso de toma de decisiones, también existen factores externos que no controlamos, que nos influyen de diferentes formas: imprevistos, actitudes o reacciones de las personas a nuestro alrededor con las que no contábamos, tragedias, accidentes, fallas, errores, etc. Todos estos sucesos impactan en nuestro día, en nuestro estado de ánimo, y finalmente en nuestra vida.

Piensa por un momento en esa cadena que se genera cuando a las 7 am en el desayuno de una familia tradicional de 4 integrantes (los padres y 2 hijos de 1 y 10 años aproximadamente), el perro corre de emoción al ver al bebé sentado a la mesa y en su paso tira la caja de cereal haciendo un desastre en el piso. Te voy a platicar, lo que sucedió después…

El bebé se asusta y empieza a llorar, la mamá voltea impactada de ver lo que ahora tiene que recoger en la cocina y sólo puede pensar en lo tarde que se hace. El papá baja las escaleras y se da cuenta que no imprimió su presentación, la cual debe estar lista antes de las 8 am en el escritorio de su jefe; corre hacia la cocina para explicarle a su esposa que ya no tiene tiempo de desayunar y tropieza con el cereal tirado ensuciándose los zapatos y el pantalón (ahora debe subir a cambiarse e invertir más tiempo del que tenía considerado antes de salir). Empiezan los gritos, el niño de 10 años viene bajando la escalera felizmente, pues le emociona que hoy tiene práctica de futbol (la cual lleva esperando toda la semana), a media escalera se topa con su papá desesperado por subir y quien le grita que ¿por qué no puede ir más rápido al bajar las escaleras? El niño resiente el comentario y se pone a llorar, la mamá se da cuenta de lo sucedido y se enoja.

Cuando el camión escolar llega por el niño, el chofer se encuentra con una madre ya casi fuera de sí misma, gritándole que ¿cómo es posible que viene 2 minutos tarde? que ¡de haber sabido le hubiera dado tiempo de que su hijo desayunara un poco más! El chofer le contesta enojado que tiene lidiando con madres como ella y sus enfados toda la mañana…. En fin. Como puedes imaginarte esta cadena no termina aquí, en realidad termina impactando al jefe del padre, la maestra del niño, los compañeros de trabajo del chofer y demás implicados que se cruzaron ese día con los involucrados en la historia.

¿A quién culpamos?

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La respuesta es: ¡No hay culpables!

Todos, desde su perspectiva tienen razón en estar alterados, a todos hay cosas que no les están saliendo bien esa mañana, pero la actitud que toman conforme a la situación es su decisión. El perro no quería tirar el cereal, la madre no pretendía tener que ir con prisas, el niño no pretendía estorbar el paso apresurado de su padre, el padre no pretendía lastimar las emociones de su hijo, etc. Pero entonces ¿qué pasó? ¿qué falló?

No podemos pretender que la madre brinque de emoción o se dibuje una enorme sonrisa en la cara al ver el regadero de cereal en el suelo, tampoco podemos permitir que el hijo a su corta edad maneje sus sentimientos y no tome personal el comentario desesperado de su padre. Lo que sí podemos esperar y de hecho deberíamos todos trabajar a nivel personal y social, es el nivel de tolerancia y empatía que manejamos y nuestra Actitud Resiliente hacia situaciones que no están en nuestro control.

No es nuestra decisión que el perro tire el cereal, pero si es nuestra decisión no explotar emocionalmente antes eso. No es nuestra decisión haber olvidado imprimir la presentación, pero si la actitud que tomamos frente a la situación orientándola hacia el problema o hacia la solución.

Si tomamos unos segundos para reflexionar acerca de todas las decisiones que tomamos en nuestro día, nos sorprenderíamos al darnos cuenta que más del 90% de nuestros problemas diarios son causados por la actitud que tomamos ante ellos y no por la situación per se.

Intenta este ejercicio: Cada que algo en tu día no salga como lo planeaste, pregúntate a ti mismo ¿qué actitud estoy tomando al respecto? ¿de víctima o de solución?

Cuando tomas una actitud de víctima (actitud limitante) pierdes el control de la situación, pues literalmente te sientes afectado por la situación. Cuando tomas la actitud de solución (actitud resiliente), enfrentas, asumes y propones. Reconoces que la situación no es como la esperabas, pero también sabes, que tienes control sobre la respuesta que das y lo más importante, tienes control sobre lo mucho o poco que dejas que influya en tu día.

Te aseguro que si logras hacer consciencia y reordenar la manera en que reaccionas a este tipo de situaciones, al menos a la mitad de ellas, tu vida empezará a tomar matices de calma y disfrutarás más de tus actividades y lo más importante ¡te sentirás mejor contigo mismo!

Al final, es tu decisión: ¿Tienes una actitud limitante o una actitud resiliente?

¡Hablamos pronto!

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