Esta vez quiero platicarte acerca de un tipo de comportamiento que tenemos y que nos daña casi de forma inconsciente.
¿Te ha pasado que los demás opinan que eres EL mejor amigo, papá, colega, hijo, vecino, etc.? Que siempre tienes la mejor actitud y el mejor de los consejos para todos. Pero ¿qué pasa cuando a pesar de la opinión de los demás, tú no te sientes feliz? En realidad, sientes que no das suficiente, tus relaciones podrían estar mejor y al final tienes más “peros” que satisfacciones en tu día.
Cuando estás en una reunión de trabajo estás deseando poder descansar o pasar tiempo con tus amigos, cuando estás con tu familia sólo estás pensando en la lista de pendientes que tienes en el trabajo o la escuela, y cuando estás haciendo cualquier otra actividad, una parte de ti está pensando que deberías dedicar más tiempo a tu familia. ¿Te suena?
Por naturaleza estamos acostumbrados a dar, compartir, enseñar y entregar lo mejor de nosotros mismos a las personas que nos rodean. Así nos educaron a la mayoría, pues el mensaje intrínseco es “si amas a alguien: comparte, entrégate, aporta”, lo cual tiene sentido, siempre dar lo mejor de nosotros mismos, pero a la gran mayoría se nos olvida que para poder entregar nuestra mejor versión es necesario, ser nuestra mejor versión.
Siempre que trato este tema con mis coachees me gusta explicarlo de la siguiente manera:
Cuando haces un viaje en avión, las instrucciones de la tripulación para actuar en caso de emergencia, te dicen que lo primero que pasará es que verás caer las mascarillas de oxígeno del techo. La primera y más importante instrucción que te dan es que la tomes primero tú, respires y ya que estés respirando bien, voltees a ayudar o ponerle la mascarilla de oxígeno a la persona de tu lado. No importa si es tu hijo, un adulto mayor o alguien que no pueda valerse por sí mismo, aún en ese caso, SIEMPRE debes primero asegurarte de respirar tú. ¿Sabes por qué?
Si haces lo contrario y tratas de ayudar a alguien antes de asegurarte que tú tienes oxígeno, la probabilidad de que los dos se queden sin respirar es mucho más alta. No puedes ayudar a alguien corriendo el riesgo de no respirar en el camino, pues el resultado más viable es que al no respirar tú, tampoco puedas ayudar a la otra persona y los dos dejen de respirar. Si lo piensas así ¡es completamente lógico!
Pues en la vida es exactamente lo mismo: No puedes aportar positivamente a la vida de alguien (por más que lo desees y te comprometas) si tú no estás “respirando” primero.
Nos desgastamos en llenarnos de actividades que satisfacen la necesidad de los demás y si bien nos va, como consecuencia, nos traen un beneficio a nosotros. Estamos enfocados en hacer felices a los demás, en darles seguridad, sustentarlos, apoyarlos, escucharlos, consentirlos, en fin, ponle el verbo que quieras. Y claro, llega el final del día y nos sentimos exhaustos y con un nivel de placer propio muy bajo. Esa sensación no sólo es completamente lógica pues en realidad no estás haciendo nada por ti, sino que además es muy poco sustentable.
Siguiendo el ejemplo de la mascarilla, puedes intentar darle oxígeno a alguien más antes que a ti y puede funcionar por un momento, pero probablemente tarde o temprano tú te vas a quedar sin oxígeno y la peor parte es que entonces si, ni vas a poder dar a los demás ni podrás disfrutarlo tú. En cambio, en un escenario en el que hay un balance entre lo que das y lo que recibes (especialmente de ti para ti) es una entrega mucho más sustentable y real.
Cuando estás sano puedes ayudar a alguien a tener salud, cuando estás tranquilo puedes proyectar paz, cuando hay equilibrio en tu vida puedes aportar equilibrio en la vida de los demás.
Sólo cuando estás respirando puedes hacer que los demás respiren por sí solos.
Por más amor que haya en tu intención de querer aportar en la vida de los demás, si esa aportación no viene de un equilibrio personal, tarde o temprano va a tronar. No puedes entregar algo que no tienes, y eso en la mayoría de los casos, se nos olvida.
Sólo cuando pones atención en ti mismo, satisfaces tus necesidades antes que las de los demás y logras el equilibrio en tu vida, tienes la capacidad de aportar a la vida de los demás. Si lo haces al revés es muy probable que tu aportación sea de corto plazo o de poco efecto y entonces te sientas frustrado o enojado.
Cuando empezamos a sentir que por más que damos y nos entregamos nunca es suficiente, la verdadera carencia no está en la otra persona sino en nosotros mismos. Es ahí donde tienes que buscar.
Reflexiona ¿cómo es tu comportamiento a la hora de aportar en la vida de alguien más? Con base en lo que te platiqué, realmente ¿respiras antes de ayudar a los demás a respirar?
¡Piénsalo! Hablamos pronto…
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