Creo que todos en algún momento pasamos por una situación (o varias) que nos cambia la vida.

Es como entrar a una zona de desbalance, en la que sientes que pierdes el control de algunas cosas. La mayoría de las veces se asocia con un duelo: la pérdida de una persona, la pérdida de la salud, la pérdida de libertad (o la idea de no tenerla), la pérdida de un trabajo o proyecto, la pérdida de una ilusión, etc.

Cuando esto pasa, generamos un reajuste para lograr entrar en equilibrio otra vez. Este reajuste implica diferentes cosas dependiendo de la persona y la circunstancia, pero lo que genera en común en la mayoría de los casos es un trabajo interno y de reflexión en dónde ajustamos nuestros valores (es decir las cosas que valoramos en nuestra vida), nuestras emociones, nuestras creencias, nuestras actitudes y muchas de nuestras conductas para lograr sentirnos estables de nuevo.

En mi caso he experimentado varios momentos que me han cambiado el rumbo y me han generado ese desbalance. Desde hace muchos años la vida me ha dado oportunidades para cambiar la dirección, reinventarme y parecerme más a la persona que quiero ser. Situaciones provocadas e inesperadas me han llevado a crecer y aprender formando la persona que soy hoy. Sin embargo, quizá uno de los cambios más fuertes y con más desbalance en mi vida, fue el salir de mi país.

El día que decidí salir de México para emprender una vida con mi pareja, fuera de mis costumbres, idioma, red de apoyo social, trabajo, etc; todo parecía como una aventura que no podía esperar a que comenzara. En mi caso, mi pareja ya tenía más de 12 años viviendo en Europa y en realidad jamás estuvo a discusión vivir en ningún otro lugar.

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Todo pasó en cuestión de cuatro meses, desde que empezamos nuestra relación hasta que nos casamos y lo “alcancé” a vivir en España, que era nuestra primera parada. Sabíamos que en menos de dos años vendrían al menos otros dos países, Eslovenia y Alemania. Debido a su trabajo, en un periodo de un poco más de dos años, en mi cartera hubo tarjetas de residencia con mi foto, de tres países distintos al mío. Cada país significaba una nueva cultura, trámites, idioma y demás costumbres por aprender y adoptar lo antes posible, pues en nuestro caso el tiempo corría muy rápido y cuando nos dábamos cuenta ya teníamos que empacar de nuevo y hacer de otra casa, nuestro nuevo hogar.

Hoy finalmente, ya estamos prácticamente instalados y de fijo, aunque no puedo cantar victoria pues con mi marido y la industria en la que trabaja y lo apasiona, nunca se sabe.

He aprendido muchísimas cosas a lo largo de este viaje (literal), he experimentado emociones que no conocía, he tenido tiempo de reflexionar mucho, de cambiar, de crecer y abrirme a nuevas posibilidades como nunca antes en mi vida. También he llorado mucho, he lamentado no haber tomado un vuelo antes para alcanzar a regresar a tiempo y he trabajado para dejar ir las cosas que hoy no puedo cambiar.

Sin duda, una de mis mayores retos ha sido la parte profesional y cómo adaptarla al ritmo de vida que llevamos como familia. Pero hasta eso, ha sido un gran aprendizaje, pues como bien has escuchado “la vida no te pone situaciones que no sean para un beneficio mayor” aunque sea a largo plazo. Hoy tengo la bendición de poder trabajar en lo que me gusta, de poder acompañar a las personas desde cualquier parte del mundo sin descuidar la parte de mi familia. Todo este camino ha sido de grandes aprendizajes, que quizá sería difícil enlistar. No sólo de mi experiencia sino en conjunto con la experiencia de trabajar con expats, familiares de expatriados, estudiantes y personas atravesando por situaciones de cambios, duelo, y/o crecimiento, voy a tratar de englobar los que hasta el momento me han parecido los más significativos:

 

  • Que sin importar lo que se crea, las cosas sí cambian cuando te vas. Tú ya no estás. Y ese cambio no necesariamente es negativo.
  • Que con el tiempo estar lejos se convierte en un filtro de gente, costumbres, emociones y hábitos. Hay algunos que se quedan y se fortalecen, hay otros que se van y hay otros que llegan.
  • Que, en efecto, es una oportunidad nueva. Pero no porque sea un país o una ciudad diferente, sino porque TÚ estás en un momento energético distinto, estás mucho más receptivo.
  • Que todas las personas tienen una función en tu vida, aunque en este momento no lo alcances a diferenciar.
  • Que trabajar el desapego lo deberíamos aprender en la escuela, como las matemáticas.
  • Que todo son ciclos. Tienen un principio y un fin, por lo tanto, si te gusta lo que vives, disfrútalo porque puede acabar. Y si no te gusta, acéptalo, trabájalo y evita preocuparte porque probablemente, también vaya a terminar.
  • Que todas las experiencias son distintas, aunque tengan cosas en común. Y que mi sentir y pensar son perfectamente válidos y no tengo porqué juzgarlos.
  • Que la soledad puede ser tanto tu enemiga como tu gran aliado, es tu decisión.
  • Que todas las opiniones son válidas, pero no tengo que estar de acuerdo con todas.
  • Que mi nivel de satisfacción en la vida no lo hacen las circunstancias, lo hago yo.
  • La importancia de sonreírle a la vida, empezando por sonreírme a mi misma.
  • Que toda situación tiene un lado positivo y uno negativo y ese equilibrio es el que me hace crecer.
  • Que a veces el equipaje emocional es mucho más pesado que el equipaje físico.
  • Que soy mucho más capaz de lo que creía.
  • Que muy probablemente, eso que veo como un gran problema hoy, al paso del tiempo no sea tan complicado.
  • Que mi mejor herramienta es tomar el control y no dejar que el tiempo, el dinero, las creencias, el idioma, la cultura, las personas o las circunstancias me definan.
  • Que soy responsable de mis pensamientos, emociones y creencias y que si las cambio todo puede cambiar.
  • Que la capacidad de crear un hogar, es mía y no depende del lugar ni las circunstancias.
  • Que aceptar que tengo malos días no es ser débil, sino que me hace más fuerte y me da perspectiva. Y es normal.
  • A darle valor y proporción a las personas y cosas en mi vida.
  • Que las cosas no son como las imaginé. No son mejores ni peores, sólo son distintas.
  • Que si pretendo aportar en la vida de alguien más, primero debo estar en balance conmigo mismo.
  • Que todos, sin importar la situación, vivimos un proceso y eso es digno de admiración y respeto.

He decidido compartirlas porque cada vez encuentro más personas preocupadas por “no poder adaptarse” o por “no poder aceptar el cambio”. Mi mensaje para esas personas es que no permitan que la angustia y la ansiedad alteren la calidad de la experiencia que están viviendo. Que recuerden que no hay reglas que apliquen para todos y que como seres humanos todos somos distintos y vivimos diferente cada experiencia y lo más importante, que no están solos y siempre hay una salida.

Si conoces a alguien en esta situación o alguna parecida, no dudes en compartirlo, quizá puedas ayudar a que cambie su perspectiva y su día mejore.

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