Vivir un duelo es común en varias etapas de nuestra vida. Cuando escuchamos la palabra duelo, automáticamente nuestra mente piensa en el tema de la muerte. Ya sea la propia, la de un ser querido o cercano, o la de personas con quienes empatizamos o tenemos algo en común.

Un duelo se refiere al periodo en el cual enfrentamos la pérdida, y si lo reflexionamos un poco más te darás cuenta que, a lo largo de la vida enfrentamos muchas pérdidas: perdemos etapas de nuestro desarrollo, pues evolucionamos a la que sigue, pierdes la niñez para entrar a la adolescencia y luego pierdes la adolescencia para entrar a la adultez y así sucesivamente. También perdemos personas, pero no necesariamente por enfrentar la muerte sino porque dejan de estar en nuestra vida. Perdemos trabajos, cosas materiales o hasta llegamos a perder la salud. Todo esto implica un proceso de duelo diferente que a mayor o menor grado coinciden en una adaptación al cambio, misma para la que normalmente no estamos listos.

El duelo que enfrentamos al perder un ser querido es quizá de los que más llegan a impactarnos, pues son los sentimientos y no los pensamientos los que nos controlan en esos momentos. Perder a un ser querido es uno de los miedos más grandes que tenemos como humanidad. Si lo piensas fríamente, debería ser ilógico pues es lo único que todos tenemos garantizado en el momento de vivir. Se supone deberíamos llegar a este mundo preparados para perder la vida y en la vida perder a los demás, pues es digamos la “única cláusula no negociable” que incluye nuestro paso por la tierra. Pero la realidad es que no es así.

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Como seguramente también te ha tocado, hace no mucho tiempo experimenté un duelo difícil, tratando de sobrellevar la pérdida de uno de mis seres más queridos. Lo irónico de la situación es que a esa experiencia que me dolió y me enriqueció como probablemente ninguna otra en mi vida, le debo el haber encontrado mi camino y eso es justamente lo que te quiero compartir.

Siempre que hablo de Resiliencia, hago énfasis en que aprendamos a lidiar con la adversidad y lo más importante que saquemos provecho de ella. Y entiendo que te resulte casi imposible pensar en “sacarle provecho” a una etapa tan difícil y dolorosa en la vida. Y tienes toda la razón, la pérdida de una persona querida, bajo ninguna circunstancia es motivo de ganancia, la pérdida es eso, una pérdida, un déficit, una ausencia, que desgraciadamente no podemos cambiar y que nos duele de verdad.

Jochen Jülicher, señala que el duelo se divide en dos grandes partes: la primera en la que el foco está en la elaboración de la pérdida sufrida y la segunda en la que el foco está en la reorganización de la propia vida.

Y es justo en esta segunda etapa en la que quisiera enfocarme.

Después de permitirte vivir tu dolor y todo aquello que incluya la elaboración de tu pérdida, tienes la responsabilidad de reorganizar tu propia vida.

Este proceso es en el que la mayoría de las personas se enredan a la hora de tratar de evolucionar en el proceso de duelo. Ese momento en el que ya no estás rodeado de gente, ni distraído en trámites, en donde el dolor ya al menos te permite empezar a pensar en otras cosas y donde es necesario que retomes todo lo que habías puesto en pausa, si quieres sobrevivir. La mayoría de nosotros dudamos por dónde empezar a retomar el camino si debemos redirigirlo o quizá ¿por qué no? Si en realidad lo que necesitamos es volver a empezar.

Cuando digo “hacer lo mejor de la situación”, me refiero a que en este proceso de reorganización haya un aprendizaje. Que seamos capaces de crecer con esta situación, pues no podemos olvidar que, aunque no la buscamos, aunque nos duela infinitamente y nos genere desbalance total, esta situación está aquí para algo y llegó a nuestras vidas en este momento, a esta edad y con estas circunstancias, por alguna razón.

El día que tu corazón te diga que estás listo para seguir después del dolor, enfócate en aceptar esta nueva situación y en crecer en la medida que decidas, en lo personal, en lo emocional, en lo espiritual, en lo profesional, o en todas las anteriores. Este dolor que se te presentó en la vida tiene un propósito y sería una lástima que se desperdiciara toda esa energía que generaste para sobrellevarlo, porque no te permites verlo.

Evita sentirte culpable de seguir tu vida y crecer pues es la culpa la que en la mayoría de los casos nos frena a retomarnos. ¿Culpa de qué? “Culpa de retomar mis actividades y mi vida, pues siento que lo estoy olvidando” es la respuesta más común.

Esa frase y sus derivados no son más que creencias que nos fueron inculcadas en algún momento sin fundamento alguno. De verdad, te invito a reflexionarlo ¿en serio crees que la muerte de una persona sucede para paralizar la vida de los demás por siempre? Me suena completamente ilógico.

En mi opinión, considero que después de mi trabajo de aceptación en el que aprendo a vivir con su ausencia, lo mínimo que puedo hacer es convertirme en una mejor persona todos los días, aportar positivamente a la vida de los demás y honrar la vida de esa persona que se fue, tratando de hacer lo mejor de la mía.

No es un trabajo fácil y tampoco es inmediato, de hecho, el dolor a veces sigue nublando algunos de mis días, pero es ahí cuando trato de recordarme que como siempre tengo dos opciones: vivir en el dolor, el recuerdo, el pasado o sacar lo mejor de esta situación para convertir ese dolor en algo nuevo, que crece y que me hace sonreír. En mi caso, escojo la segunda opción, en el fondo la esencia de esa persona siempre estará conmigo, lo que cambia es el sentido que le doy a su presencia.

Te invito a hacer lo mismo, un abrazo con cariño.

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